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Los elementos del periodismo I / ¿Quién paga la fiesta?

10 enero 2010 3 comentarios

Comenzamos aquí una serie de cinco entradas sobre la obra Los Elementos del Periodismo de los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel. Esta primera entrada se refiere al capítulo III de este libro: Para quién trabaja el periodista.

Y no es una cuestión baladí la que tocan sus autores en este capítulo porque de un tiempo a esta parte la empresa periodística se ha visto supeditada a los beneficios en detrimento de la calidad. Encontrar el equilibrio en este punto es complicado, porque si bien es indiscutible que una de las reglas básicas del periodista es la lealtad a los ciudadanos, no está tan claro que también lo sea del empresario o el accionista del medio, ya sea un periódico, una televisión, una radio o un portal de internet.

Lo que también es indiscutible es que una apuesta por la calidad informativa es a largo plazo la apuesta más segura para cualquier medio. Como sostiene Luis Bassat, la mejor inversión publicitaria en un producto es mejorar el producto y esa apuesta ya ha sido realizada por varios medios de comunicación, el primero, The New York Times en 1896 de la mano de Adolph Ochs. Sin embargo, los resultados económicos mandan y cada vez es más difícil hacer un all in con esa mano.

Mantienen los autores en este libro, sorprendentemente descatalogado, que hasta los últimos años del siglo XIX no comenzaron los editores a sustituir la ideología política por independencia editorial (¿?), pero lo que es más importante, es como esa independencia editorial en ocasiones puede desembocar en el aislamiento y que a veces, algunos periodistas tratan de honrar a la independencia por esa propia independencia, sin más. 

Porque, ¿son los periodistas los historiadores del presente o deben ser los intérpretes de una realidad cada vez más complicada? Yo creo que ambas funciones son perfectamente compatibles: según quien interprete esa realidad, el periodista en cuestión tendrá más o menos público que siga sus reflexiones y sus opiniones; y según lo fiel que sea a la verdad ese periodista sobre los hechos noticiosos y lo transparente que se muestre en lo relativo a su manera de desentrañar la noticia, mayor será el vínculo que cree con el lector.

Pero, ¿quién paga la fiesta? Pues por el momento la deben pagar los empresarios de los medios, y su compromiso por la independencia debe ser igual de ferreo con sus empleados, como los de estos con el público. Debe buscarse ese término medio entre beneficios -que han sido tan pingües en los últimos años que a los directivos se les hace cuesta arriba que ya no lo sean- y calidad, pero teniendo siempre presente que las verdades nunca pueden ser a medias. Cuando ello ya no sea posible a los periodistas sólo les quedará publicar en la red.